viernes, 1 de junio de 2007

Diez minutos del mundo de Melecio






Diez minutos. Simplemente diez minutos inmisericorde para hincar el diente a los objeto extraños que flotaban invisiblemente para los demás y que para Melecio Quesada eran una vida nueva, un rellano en las escaleras, un sol encendido a media noche, porque él, amarrado a la cama y ajeno a los instantes de desasosiego familiar, sabía que la realidad de la que tanto hablaban los médicos era muy diferente a la que se escondía tras esos objetos:

¿Quién dice que no veo lo que veo? ¿Quién puede afirmar rotundamente que mi mundo no es mundo? Mi mundo es tan necesario como el agua a la harina o la levadura al pan. Sin él, sin mi mundo, ellos no existirían, los doctores ni la ciencia existirían al igual que no existen las aceitunas sin olivo, las espigas sin grano, o el editor sin escritores.

Melecio miró a su alrededor sin entretenerse, sus caninos babeaban ansiosos y las presas desaparecían en nebulosas abstractas que le dejaban medio perdido. Quiso buscar salida a su nuevo estado, quiso buscar explicaciones, quiso aullar como lobo que en medio del desierto agoniza sin tajada. Al fondo, justo detrás de la puerta de la habitación adivinaba a su doctor impoluto, calva y bigotes a juego informando a su hermana de los progresos:

- ¡Va mejorando! ¡Va mejorando! Usted debe saber que su hermano va mejorando. El grado de su esquizofrenia es alto, el brote se va controlando y la miseria que siente en su alma está quedando tapada como una tinta china que oculta otras manchas. Así, de esa forma, estará por un tiempo. Melecio olvidará las manchas de su mente, los ataques, dejando al descubierto esa oscuridad indecisa pero que empujarán poco a poco, a lo más profundo, los retazos rojos, la sangre, y los bellos de punta que le provocaron la crisis.

- ¿Cuánto tiempo puede durar esto? – preguntó la hermana - ¿Curará o por contra estará toda su vida en ese mundo de imágenes y violencia?

El médico quiso decir algo alentador, quiso tranquilizar a la muchacha, prometer, visionar tiempos futuros, pero sus labios sólo exhalaron un quejido cuando asomado por el ventanuco de la puerta, vio a Melecio que por un instante, a pesar de estar amarrado a la cama, algo de él levitaba sujetando con ahínco entre sus manos el cuerpo suyo (calva y bigote a juego con bata impoluta) y diciendo al tiempo que le despedazaba a dentelladas “No es real… No es real… ¡Pero qué sabroso y enriquecedor es éste desahogo!”

Y el doctor, a éste lado de la puerta, a este lado del tabique, se desplomó fulminado a los pies de la hermana de Melecio con las marcas sanguinolentas de unas muelas coronando su cabeza.






© Copyright.2005-2007 Inma Valdivia. Todos los derechos reservados.
blog-feed.g?blogID=20080040

No hay comentarios: