miércoles, 11 de junio de 2008

¿Cuántas formas hay para decir te quiero?



Cerré los ojos: negro, rojo, puntos irisdicentes como átomos inquietos. Un sin fin de puntitos luminosos se acercan, suben, se alejan… recorren esa distancia que separan: la mirada, de los párpados. Cavilación que desaparecen en el preciso instante en que nos fijamos en ellos, los seguimos (con esa visión extraña desde dentro) quedando iluminada incomprensiblemente la oscuridad incorpórea.

¿Porqué esas fosforescencias? El día había sido duro, demasiado duro para mis 56 años en los que tenía que rendir como en los años jóvenes.

Llovía, afuera llovía. Un sopor de tinta adiviné en el sonsonete del agua y al fondo de la calle entristecida, el brillo lejano de la calzada reflejaría la tenue luz de las farolas bajo la espesura negra, entidad propia que casi intuí en las yemas de los dedos. Si me hubiesen dicho que llegaría a esta edad enterrado en papeles, no me lo hubiese creído.

Abrí los ojos, frente a mí, la oscuridad propia del dormitorio se interponía al techo dejando ese misterio de tinieblas, de callejón infinito, de agujeros de madrigueras, o del fluir tembloroso del fondo de un pozo. Caracoles negros como tizones se me metieron entre ceja y ceja:

- 3479 Alfredo Carnete. DNI 45.789.326 Móvil 636326879 Domicilio: C/ San Simprosio nº 27.
- Parrado Romane. DNI …
- Silvio Lanzano: éste no tiene ni seguro de vida ni cuenta de ahorros, creo que tampoco tien…

Trabajaba. Yo, Sicile Oranno, boca arriba, en la cama, trabajaba. Mi inteligencia, mis dotes de vendedor, y la experiencia que me daba el trato de tantos años, debieron aventurar esa deformación profesional que me tatuaba: relacionar el entrono, lo que veía, con lo que hacía. Simbiosis de defensas del subconsciente que permanece alerta intentando mantener el difícil equilibrio de múltiples horas de trabajo; ratón, ordenador… verdaderamente dos palabras sin sentido que encerraban todos los sentidos sustentados por un universo determinado destinado al servicio ajeno.Ratón, qué contradictoriamente a los ratones, imparables, qué se esconden al menor ruido) permanecía quieto, inmutable, sobre una mesa de oficina y que, cobardemente, cobraba la vida y la función de quien lo utilizase, cómo ráfagas de una existencia efímera.

Ordenador, qué más que ordenar guardaba, tragaba, y almacenaba todo lo que le echase. ¿De qué me servía aquel relojito de la pantalla? De qué el Windows como sellito impecable, impertérrito… la máquina, aquella máquina infame no tenía concierto propio pero sí devoraba el tiempo, mi tiempo, como agua dentro de clepsidra o despojos en vientre de serpiente, a diferencia de que yo, Sicile Oranno, estaba fuera, me sabía fuera… sin darme cuenta que estaba dentro de la máquina hasta el corvejón. Me pesaba. Demasiado trabajo. Demasiados clientes a los que mantener satisfechos… y ese afán de superación que tala hasta los árboles más milenarios, dejándome tendido, vencido, a merced de las aguas de un río que se disponía a desbordarse: Cari no estaba. Mi mujer: no estaba. Tan sólo durmió fuera cuando los dos partos y aquella semana del aborto que se me hizo eterna.

No era depresión, no, sino la ausencia, su ausencia, su maldita ausencia que calentaba mi espalda y me erectaba el sexo.

Nunca echamos en falta lo que tenemos delante porque sabemos que está ahí, como si la fuerza de la costumbre restara valor o diese por echo un sosiego, una tranquilidad familiar, eterna, donde todo perdura inmutable. Pero aquel día, aquella noche, con la cara hundida en su almohada olía sus pasos, su risa, ese mirar avispado moviéndose como un torbellino alrededor de los niños paro luego, volver a desaparecer su imagen como humo en el aire o tiempos que no vuelven.

El viento zarandeó el balcón y la lluvia había cesado. En el silencio de la noche pude oír el traqueteo de los hierros contra las vía que me llegaba divulgando que eran las tres y veinte de la madrugada. Miré el reloj: puntual, tan puntual el tren como todos los días desde que nos mudamos. Luego el silencio, un silencio inquietante y aquel pensamiento obtuso, ¡cómo seguiría mi suegro…! Tantos años viviendo con nosotros, qué hasta había perdido la cuenta.

Estaba claro que no podía dormir y opté por levantarme. A tientas, sigilosamente y con las luces apagadas por no despertar a mis hijos, conseguí llegar a la cocina. No se si fue por la deformación profesional, por distraerme con mi hobby, o cosa de telepatía, pero abrí el portátil y al entrar en mi correo:

Hola ¡¡scileoranno.@yahoo.es!!
Tienes 3 mensajes sin leer:
Bandeja de entrada (3)
Messenger: Tienes 0 mensajes de voz no leídos.

Con las ansias propias de un náufrago cliqué sobre la bandeja de entrada. La pantalla retraída me devolvió la imagen con la lista de tres remitentes.Prioridad, prioridades pendiendo de una raya que separan intimidad, del escaparate; el yo, de la sociedad; o las mareas, de la arena.

¿Cómo se las ha ingeniado la brujita de Cari para mandarme un mensaje desde el hospital? Todavía, después de treinta años casados seguía sorprendiéndome. Un gesto bobalicón intuí en mi rostro abriendo el mensaje de Cari cuyo asunto: Gracias Sicile por…, se anticipaba en letras azules. Sorprendido observé que había sido enviado casi dos horas antes, miré a uno y otro lado la oscuridad de la cocina confirmando mi intimidad, apreté el culo a la silla acomodándome. Y pegado totalmente a la mesa empecé a leer casi metido en la pantalla:

Te mentiría si te dijera que no te hecho de menos. Sicile hecho de menos los niños, la colonia que se ponen por las mañanas cuando salen de la ducha antes de irse a trabajar, las protestas de Pruden por las calzonas, darte masajes en los pies, el sonido de los botes del balón de fútbol por el pasillo, las carreras de Victor saltando los escalones de dos en do., ¡Cidado con Victor!, es muy loco con la moto. No quería decírtelo, pero bueno, ya está, ya lo sabes. Y sobre todo, hecho de menos que me rasques las espaladas. ¡Nadie como tú me rasca las espaladas!
Hoy he comido bocadillo, me lo ha traído Gertrudis, la auxiliar de Antonio, este hombre mayor que está operado de corazón y los hijos le han puesto una asistenta: el de la habitación de al lado, la 206… ¡No me atrevo a separarme de mi padre! Todo el día se lo lleva de la cama al váter y temo que se caiga, parece como si las piernas se les trabasen por día.
¿Cómo llevas el relato? Me sonaste desalentado, dubitativo, vamos, como que no lo tenías muy claro; ya, ya se que tiempo es lo que te falta, ¿Por qué no pruebas a escribir sin pensar en fecha? ¡Ya vendrán más concursos! No lo dejes, prométeme que no lo dejarás, al fin y al cabo, no todos los escritores consiguen premios ni todos los que escriben pueden considerarse escritores. ¿Quién sabe? Lo mismo un día me encuentro por ahí un libro tuyo que diga en letras muy grandes: ¿CUANTAS FORMAS HAY PARA DECIR TE QUIERO?, y en la contraportada: Sicile Oranno. Profesión: Chupatintas. Bueno… contable. Eso de chupatintas… como que no te gusta.
Si nos quitara los sueños Sicile, ¡ay! si nos quitaran los sueños…
No está prohibido soñar, no tenemos prohibido soñar, aunque la vida nos enfrente muchas veces a callejones poniendo a prueba nuestra capacidad de renuncia.
Tenemos la obligación y el deber de soñar. ¡Cómo me gustaría mandarte desde aquí un poco de fuerzas! Sé que mi padre nos entorpece, que las atenciones que a sus años necesita, muchas veces nos limitan. Estuve pensándolo, sí. Cuando por fin se quedó dormido quedé largo rato de pié, frente a la ventana, la noche estaba espesa, ni una estrella, sólo los focos iluminaban algunos árboles de la explanada de los coche, pero a lo lejos Sicile, a lo lejos se distinguía un horizonte plagado de lentejitas tan luminosas, que casi rozaban unas con otras. En aquel momento pensé: tras cada luz, ciento de gentes habitan con sus delirios.
Esto no quiere decir que lo nuestro, lo que nos está pasando, no tenga valor, ni mucho menos, por supuesto que no soy de las que apuestan por mal de mucho consuelo de tontos, pero lo que si es cierto, es que ni nosotros somos el ombligo del mundo, ni lo que sucede a nuestro alrededor debiéramos de ignorarlo. ¿Quién dice que nadie llegará a viejo? ¿Quién que no tendremos enfermedades? ¿Quién es capaz de asegurar una vida sin problemas, ni paro, ni drogas, ni accidentes, ni embarazos no deseados? Cada cual lleva su mochila implacable aferrada a las costillas como una cuchilla hiriente invistiéndonos de un careto recio, duro, para seguir subsistiendo. Incluso entre nosotros pretendemos, con tal de ayudarnos, callar, afrontar situaciones con esa madurez propia de la responsabilidad compartida. ¿Nos estaremos equivocando?
No se, por eso mismo hoy no pretendo empuñar el silencio y te doy las gracias. Sí, las gracias. ¡Uno se casa también con los padres de su pareja! Tú más que nadie lo sabes. Tú que me apoyaste en que se viniera mi padre con nosotros cuando murió mi madre, tú que has vivido su deterioro, sus limitaciones, su envejecimiento prematuro en detrimento de su cuerpo.
Gracias Sicile por estar ahí, gracias por estos casi once años (con sus días y sus noches) sin la libertad propia del vivir con los hijos exclusivamente; por llevarnos a tantos especialistas, por acompañarme (sin salir) tantos fines de semana porque él estaba peor; por animarme cuando los vientos depresivos acechaban, por el trato tan extremadamente cariñoso que le tienes a mi padre, por tus disimulos tragándote las riñas a los niños, con tal de que mi padre no sufriera…
Desde luego que llevas razón Sicile, hay muchas formas de decir te quiero.
¿Recuerdas que de novios me dijiste que cuando de niño te preguntaban que qué querías ser de mayor siempre respondías que querías ser una persona? Eso me caló hondo ¡Una persona! Qué mejor carrera y que mejor compañero que una persona.
No me ha costado mucho trabajo salir a escribirte. Recordé el Cyber de la esquina, y he pagado unos euros a la mujer que cuida de Antonio para que esté también pendiente de mi padre durante un rato. Más o menos duerme bien y no creo que haya problemas, aunque ya me estoy inquietando.
Mañana hablamos.
Un largo abrazo Sycile, un largo abrazo lleno de besos.
¡Ah!, se me olvidaba, pasado mañana tendrás que pedir permiso en el trabajo, Pruden tiene dentista por la tarde, a las 7,20. No lo olvide., Qué no hay autobuses para la vuelta. Me temo Sicile qué aún no estaremos en casa. Aunque a ratos parece que mi padre va algo mejor, con los médicos no suelo pasarme de lista. Ya sabes que me han dicho que hasta no tener los resultados del TAC, no le darán el alta.
Ahora estarás durmiendo. Besos para Victor y Pruden. Hasta mañana Sicile. Te quiero.

¡Bueno, bueno con mi Cari…! Pues nada, tendré que ponerme ha hacer el relato. ¡Y, a olvidarme de las fechas!

© Copyright.2005-2008 Inma Valdivia. Todos los derechos reservados.
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6 comentarios:

América dijo...

Profundo Inma ,hay muchas maneras todas validas,sin embargo es decirlo y demostrarlo en el momento justo,pero deberia ser siempre.....sin que se nos llene el cuerpo de ausencias.

INMA VALDIVIA dijo...

Eso,america, sin que se nos llene el cuerpo de ausencias.

Anónimo dijo...

Sencillamente.... delicioso, Inma. Un gusto leerte. Has sabido decir muy bien "te quiero", sin lugar a dudas de una forma tan original como habituales son nuestros entornos. Qué familiar resultan algunas cosas a veces...

Ultimamente voy picoteando por las páginas del blogpatio. Y la tuya la he ido dejando para el final. Tus letras son merecedoras de atención tanto por el cuánto como por el cómo... y siempre el tiempo, el implacable tiempo, a pesar de que me lo tomo con muchísima filosofía, me hacía decir: mañana, mejor.
Y en cuanto he visto tu comentario (cuya síntesis al texto, me encanta), ya no he podido postergarlo más.
Anoche leí "La siembra" y quedé gratamente sorprendido porque un antepasado tuyo se viniera a Riotinto. Cuántas historias contables a nuestro alrededor... a veces, bastaría con ser notario de acontecimientos próximos para hacer literatura con ellas. Casi no es preciso inventar. Todo está ahí fuera...
Descubrí igualemente en tu página lo de REMES. Muy interesante.

Te sigo leyendo, querida amiga. Un saludo literario.

narbona.

INMA VALDIVIA dijo...

El tiempo se empeña en regalarnos a todos almendras agrias, narbona. ¡Cuando se estirará como chicle de verano!
El otro día también me dí un garbeillo para saber del patio, y fijate por donde, me encontré la playita entrando por la puerta de mi casa.
Ah! lo de REME fue una invitación que me hicieron,considerada interesante, la comparto.
Pronto compartiré otra invitación recibida, cuando la halla rellenado y vea si puedo ponerla en el blog.
Saudos literarios con aromas veranigos

Anónimo dijo...

Señora Valdivia, me gusta usted como escritora y como persona. He venido a visitarla a su casa virtual, y ahora tengo más ganas de verla de verdad.
Un abrazo.

INMA VALDIVIA dijo...

Señor Andres,cuando las valoraciones o alagos proceden de un escritor de su valía no sólo me sonrojan profundamente si no que me empujan trabajando porque guste mis trabajos ¿Por qué? Ve tú a saber. Gusanillo inexplicable que convierte letras en literatura; litaratura en magia; magia en misterio y discernimiento filosíco...

Hasta pronto. Un saludo literario