En los tiempos de paz, los hombres salían a la calle a trabajar y las mujeres eran las reinas de las casas.
Las casas eran una habitación para la familia, un retrete en el corral para los inquilinos y la cocina colectiva en un patio de vecinos.
En aquello tiempos de paz, las mujeres hacían la ropa de la familia, cuidaban de la casa y de los hijos, mientras los hombres se iban a la plaza del pueblo y a las esquinas a esperar que ese día le señalasen con el dedo para irse a trabajar.
Los hombres le extraían a la tierra tagarninas, espartos, alcaparras… pero cuando tenían suerte, laboreaban de sol a sol en los campos, volvían agotados a las casas con las camisas salitrosas y un mísero jornal.
Y las mujeres, fabricaban con espartos las pleitas de las esteras, los serones, las espuertas y los capazos, y con manojos de cerdas de caballos los pinceles para blanquear; también traían los cántaros llenos de agua de la fuente, iban a la tienda a las cuatro de la madrugada, mantenían el anafe encendido, y sobre todo: eran brujas que estiraban el sueldo hasta el infinito mientras los niños, casi descalzos y sin abrigo, jugábamos en las calles de tierra al pincho, a la rayuela y al cortahilo; cuidábamos las vacas y los cochinos, y arrancábamos amapolas para los conejos hasta la edad de trabajar.
En aquellos tiempos de Paz, las mujeres y los hombres, si querían comer y qué no se les acabara el jornal, tenían prohibido pensar.
Las casas eran una habitación para la familia, un retrete en el corral para los inquilinos y la cocina colectiva en un patio de vecinos.
En aquello tiempos de paz, las mujeres hacían la ropa de la familia, cuidaban de la casa y de los hijos, mientras los hombres se iban a la plaza del pueblo y a las esquinas a esperar que ese día le señalasen con el dedo para irse a trabajar.
Los hombres le extraían a la tierra tagarninas, espartos, alcaparras… pero cuando tenían suerte, laboreaban de sol a sol en los campos, volvían agotados a las casas con las camisas salitrosas y un mísero jornal.
Y las mujeres, fabricaban con espartos las pleitas de las esteras, los serones, las espuertas y los capazos, y con manojos de cerdas de caballos los pinceles para blanquear; también traían los cántaros llenos de agua de la fuente, iban a la tienda a las cuatro de la madrugada, mantenían el anafe encendido, y sobre todo: eran brujas que estiraban el sueldo hasta el infinito mientras los niños, casi descalzos y sin abrigo, jugábamos en las calles de tierra al pincho, a la rayuela y al cortahilo; cuidábamos las vacas y los cochinos, y arrancábamos amapolas para los conejos hasta la edad de trabajar.
En aquellos tiempos de Paz, las mujeres y los hombres, si querían comer y qué no se les acabara el jornal, tenían prohibido pensar.
Sacado de mi libro "El Cuerno del Unicornio"
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2 comentarios:
Aquellos tiempos deben haber sido lindos, tiempo para el trabajo, tiempo para la familia, "tiempo", algo que en la actualidad falta y mucho.
Un beso grande y muchos cariños para vos Inma querida!
En aquellos tiempos de "paz", querida nahira, el jornal era inverso al pensamiento.
¡Prohibido pensar!
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