viernes, 14 de marzo de 2008

Tu centinela literario y la luz del tunel

Escultura Francisco Valdivia.2007


Si para los matemáticos la resolución de problemas incentiva su cerebro, sin manos calientes, lectura y diccionario el escritor termina perdido, de forma que lo que a unos les parece atraso por el tiempo empleado en esas cuestiones a los que nos dedicamos de llenos a este oficio nos resulta altamente despertador de los sentidos.

Todo trabajo, cuando es de envergadura, ¿no requiere de estructura, organización y proyecto? ¿Porqué las buenas costureras cortan patrones y los arquitectos hacen maquetas? ¿Qué escultor o pintor no genera unos mínimos bocetos antes de iniciar su cuadro o escultura? ¿Sería razonable saltar olímpicamente estos pasos si pretendemos hacer algo tan amplio como la novela?

Muchos, a base de tropiezos, a medida que escribíamos íbamos descubriendo que teníamos que ajustar fechas de nacimiento, parentesco o escenarios por la necesidad de que en nuestros relatos concordaran elementos verosímiles y sin errores tan flagrantes como que padre e hijo tuvieses edades semejantes, o que el canto de los pájaros se escuchase junto al rumor de un riachuelo cuando decíamos que nuestro personaje estaba en el inhóspito desierto. Fallos que en un relato corto de 10 o 20 páginas fácilmente detectamos no ya por la infinidad de veces que leemos el texto si no por el contexto cerrado de una historia contada en escasos folios, pero si extrapolamos este asunto a un tocho de 100 folios para arriba, la cosa se complica sin organización previa.

Cierto que la idea se tiene en la cabeza como un centinela que nos acecha, cierto que hasta escribimos apuntes de cosas que nos interesan y queremos que salgan, o palabras, o ideas que se nos vienen a la cabeza en el bar, tal vez en el supermercado, y las escribimos en cualquier servilleta de papel o el reverso de la compra, pero también es cierto que si pensamos en organizar, materializar esa idea que nos ronda ampliándola hasta una novela, el barullo de pensamientos nos desconcierta abrumándonos sin saber por donde empezar, por lo que se opta por dejarlo al azar y comenzamos a escribir ilusionados con las esperanzas puesta en que tenemos las cosas claras.
Portugal. Lisboa.2007
¡Qué error más grande! ¿Cuantas comienzos de novelas has dejado olvidados en los cajones? ¿Cuantas veces, al retomarla, has visto que algo le falta, qué tiene personajes hasta el infinito, o por otra parte, no tienes ni idea de cómo seguir porque se aleja completamente de lo que pretendías contar?


El trabajo sordo, sin reconocimiento, laborioso, frío y aparentemente sin recompensa de un esquema, es más necesario para la novela que, qué tu personaje sea rubio o moreno, alto o bajo, guapo o feo, porque del esquema, del conocimiento que tengamos de nuestros personajes, de su forma de ser, oler, hablar, reír, ilusiones y desdichas, todo esto orientado al propio conflicto interno de la novela, harán vibrar vivo a nuestro personaje, nosotros lo sentiremos vivo, el lector vivirá con él sus dichas y desdichas en un universo real, dentro de un contexto tiempo- espacio-acontecimientos, porque así lo hemos creado no sólo en el esquema, si no en un argumento cuidadosamente trabajado brillando siempre la luz al final del túnel.

No dejemos al azar el devenir de nuestra novela, la lotería no siempre toca.

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