jueves, 8 de mayo de 2008

La siembra

foto creación familiar

Antonio viajó en busca de trabajo cuando apenas contaba siete años de casado. Una mujer y tres hijos fue el único capital que dejó en casa de sus suegros. Era el mes de Junio de 1921, por la ventanilla del tren de madera los pueblos blancos aparecían plantados en campos de olivares para luego alejarse a sus espaldas. De vez en cuando la máquina silbaba furibunda. Él se levantó de la banqueta, esperanzado, echó los brazos sobre el bastidor de la ventanilla, el sol caía sobre trigales dorados, y en la lejanía, observando las cuadrillas de segadores (sombreros de paja y hoces en mano), pensaba:


- Si dicen que en Río Tinto, pues a Río Tinto.


¿Por qué no iba a ser capaz de aprender el oficio de las minas? ¿Quién decía que era torpe? En el fondo su espíritu aventurero y sus ansias de horizontes más de una vez le hacían sentirse preso de tradiciones impuestas y de una obligación, que sin reconocerlo, le pesaba. Ya se veía con éxito trabajando de sol a sol y pagando a la asistenta de la posada para tener camisa planchada y limpia, ya alternando en las tascas o con fulanas de la zona, ya en partidas de juegos… ya pensaba en su mujer y la miseria de sus prendas como algo que pasaría a la historia.


Al principio, algunas cartas salpicadas envió a la familia hasta que poco a poco aquella responsabilidad la fue ocultando en su memoria con la excusa siempre presente “¡Esta lejos Rió Tinto! Demasiado lejos de ese pueblecito perdido de Sevilla… los hijos, ya hombrecitos y mujercitas, ni me reconoceran, y para colmo ni una mísera peseta mandada en tantos años…”


Era tarde, quiso sentir que era tarde y simplemente trasplantó la vida a otra tierra como quién no ha dejado raíces gastando día a día lo que se terciase.

Tambien me dijeron que allí, en el jergón que habitó en el cuartucho de una habitación alquilada, entre estertores de muerte y envejecido, en ese umbral que descorre la conciencia, mi antepasado Antonio se lamentó de su soledad apelando a que nadie realizase la misma siembra.


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2 comentarios:

Mos dijo...

Triste final el de este Antonio. Aunque tal vez merecido.
Me acuerdo de un refrán que le oía a mi suegra: "Manos que no dáis, qué esperáis". o ese que dice "El que siembra vientos recoge tempestades". Y eso es lo que Antonio recogió con la siembra que hizo.
Un saludo de Mos desde la ESFERA.

INMA VALDIVIA dijo...

Nunca mejor dicho, "Manos que no dáis, qué esperáis".
Saludos para tí y de paso para la ESFERA.