jueves, 22 de diciembre de 2005

Bassiri Sayed


Permítanme que me presente, soy el más grande de los desiertos de la tierra. Una ancha franja en el norte de África con más de 9 millones de kilómetros cuadrados. Me extiendo desde la cordillera del Atlas al norte hasta Sudám al Sur, y desde Egipto hasta el Atlántico. Un inmenso mar reseco de olas arenosas y llanuras pedregosas desplegándose insaciables hacia los confines de la tierra; soy “El Sahara”.
Pasan muchos años sin que me caiga una gota de lluvia. Podéis explorarme a lo largo de miles de kilómetros acompañados por un profundo silencio y sin que la mirada tropiece con nada que se parezca a un árbol. Me siento orgulloso, porque doy honra a mi nombre, me llaman comúnmente El Gran Desierto. Un vacío casi absoluto. Sólo el sol, como una masa de fulgor incandescente que se dilata apretándose contra mis arenas y mis geñas queriendo preñarme de su fuego.

Pero las noches... ¡Ah las noches!... Nunca veréis tantas estrellas juntas en el cielo. Frías, tililantes... parecen que brotan infinitas como gotitas de hielo.

De vez en cuando, como surgido de la desesperación y el sueño de los hombres, hago emerger de mis arenales un “Oasis”, una ilusión esperanzadora de agua y de palmeras datileras.

Yo poseo los cambios más bruscos de temperatura de toda la tierra, lo mismo escupo 70º que a las pocas horas me pongo de rebajas y dejo a mis habitantes en 10º; claro que las noches me gusta que la pasen bajo 0º.

Mis elevados macizos nacen en los desiertos arábigos a lo largo del Mar Rojo, y alcanzo el clímax absoluto en la cima de Emi Koussi, a 3.415 m. de altura.
Soy tan inmenso que poseo el privilegio de tener tres clases de desiertos: El reg (que en el Sahara oriental me llaman “serir”), o desierto de guijarros, la hammada, o desierto de rocas, y el erg, o desierto de arenas.

De los tres, la hammada es el desierto más feroz y más temido por los hombres, porque no solo soy rocas compactas que forma una extensión que se pierde hacia el abismo, sino que además no tengo humus, porque al faltarme la preciada lluvia, acaba por desaparecer toda señal de vida, en fin, no tengo sustancias orgánicas, ni puedo tener mantillo, porque solo acojo en mi seno arenas, arenas que continuamente se agitan removidas por el viento y el siroco.

Pues bien, Bassiri Sayed, nació en mi desierto más temido, en la hammada de Tindouf.

Allí, bajo el sol implacable y tierras infernales se levantan, como nacidas de mis entrañas, una insólita espesura de lonetas y de adobe, un ejército guerreando contra la luz tórrida y las tormentas de arenas. Son los campamentos de refugiados saharauis, las wilayas de El Aaiun, Smara, Dajla y Auserd, renombradas en memoria a las ciudades más importantes del Sahara Occidental y de las que fueron expulsados hace más de veinticinco años. Las wilayas se organizan en dairas, y cada una de las dairas están formadas por cuatro barrios.

Bassiri Sayed no conoció a su abuelo materno, murió bajo las bomba de napalm y fósforo blanco en 1975 mientras huía despavorido junto con la población civil del Sahara Occidental. A partir de entonces, los saharauis viven dispersos entre los países vecinos. En cambio, la madre de Bassiri Sayed, con gran parte de su pueblo, se asentó en mi desértica región de Tindouf acogidos por Argelia. Allí conoció a su marido, y ahora su sexto hijo, el más pequeño, Bassiri Sayed, está muy nervioso porque le han sugerido ir de viaje a España.

Mis mujeres saharauis están muy preparadas. Ellas son las encargadas de la vida social y económica de los campamentos rescatando así la tradición ancestral de la sociedad nómada.

Se organizan en comités que trabajan en las escasa huertas y las granjas, en la sanidad, la educación, en la distribución del gas, de las tiendas de campañas, de los víveres, e incluso si son alimentos desconocidos las mujeres informan de su preparación y sus cualidades nutritivas, dan servicio a los ancianos y minusválidos, intervienen junto a el khadi y un grupo de hombres en los asuntos judiciales... La madre de Bassiri Sayed, como todas la mujeres, participa activamente en estas organizaciones, mientras su hombre, como todos los hombres del campamento, está movilizado en la zona liberada reclamando las tierras que les pertenecen.

El chiquillo sueña con la vuelta de los hombres y de su padre, porque en esos días, en las frías y transparentes noches del desierto y desde y, mientras las cabras se alimentan del único pasto existente en la zona (plásticos, trapos y cartones), los campamentos, con sus fogatas encendidas y rodeadas del gentío parecen que le sacan jugos a la nada.

Y Bassiri Sayed, en esas noches, descubre la memoria de la tierra de origen de sus padres, otras formas de vida referidas por los labios de los hombres y paraísos de aguas y de frutos inimaginables.

Pero él no ha conocido otra tierra que las rocas de la hammada y las arenas, ni ha conocido más de una comida al día y muchas tomas de té para engañar el hambre, ni más agua que la que les facilita Argelia en camiones cisterna. Un agua estancada y oscura que se almacena en bidones, de la que cada familia, con un tubito coge la ración que les pertenece y sacan para las huertas. Y no porque Argelia no quiera ayudarles, sino porque a esa distancia, yo, “El Gran Desierto”, no puedo consentir que se mancille mi nombre y mi obligación es: hacer de la vida un desierto en el corazón de los hombres.

Bassiri Sayed ha regresado de España. Mi viento removía las lonas, mi sol perverso le cristalizaba la sangre a modo de arenas, y sus ojos encendidos como carbones del desierto se clavaban en las tiendas de campaña y las piedras de la hammada.

Bassiri Sayed ahora sueña con el río Guadalquivir y las fuentes de Sevilla, con el gazpacho de Arahal y las frutas andaluzas, con una buena sombra y las noches de la Alambra.

Hoy a la madre de Bassiri el té le ha salido perfecto. El muchacho, sentado en el suelo, tomó el primero, amargo como la vida. Luego el segundo, dulce como el amor. Pero al tomar el tercero, que estaba suave como la muerte... ¡Ay, al tomar el tercero!... me he sentido celoso, porque yo, el Sahara, he descubierto que en los ojos de Bassiri ahora hay algo más que desierto


Publicado:
Revista literaria El Unicornio
y en mi libro Desde detrás de las gafas

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