jueves, 22 de diciembre de 2005

LAS ABUELAS (diario)



El agua fluye de los manantiales, fria, cristalina, arrancada a las entrañas de la tierra, así fluye la vida como un hilo conductor enlazador de tiempos, de formas y de humanidad.

LAS ABUELAS
Hoy he visto a las abuelas.
Las dos viven conmigo, mi madre y mi suegra. Antes de morir mi padre vivian los tres en casa. Después de fallecer él (no voy a recordar aquellos cuatro meses de enfermedad), continuaron ellas. Dos mujeres muy trabajadas, muy dolidas, muy... envejecidas.
Hoy he visto a las abuelas.
No se llevan mal y sin embargo se sobrellevan, no discuten y sin embargo se miden, no manifiestan disgusto pero he de reconocer que son incompatibles como la noche y el día. Cuando una tiene calor, la otra trastea en el ropero buscando la rebecas; mientras una hace cuentas y no para de leer , la otra no sabe en qué emplear el tiempo y se aburre, una aún conserva la memoria con gran parte de su frescura mientras la otra tiene que esforzarse por recordar las cosas, una ha perdido los rizos y toda sombra de cabello sobre su cabeza, y otra frecuenta la peluquería para teñirse el pelo... una ha tenido ocho hijos y la otra dos.
Hoy he visto a las abuelas.
Mi madre es algo gruesa, muy bajita, de cuello corto y mente despierta, extrovertida, autodidacta, tradicional hasta la médula en los asusntos religiosos y conducta sexual, pero de pensamiento abierto en las costumbres superfluas y tradicones sociales, (ecepto en la Semana Santa y los ritos religiosos que, se aferra a ellos cómo un náufrago se abraza a los restos de madero entre las aguas desiertas) no mide a las personas por sus apariencias y pretende ir más allá de la fachada valorando su interior. Es habladora, aunque a veces puede que se pase. A pesar de ser mayor, su inocente confianza de que todo el mundo es bueno, le ha dado más de un disgusto. Su mayor virtud es que olvida los enfados.
La quiero. Pero eso no quiere decir que ignore sus errores y defectos, aunque a estas alturas de la vida, lo que hay es que ayudarle a que no surja (o impedir desarrollarse) ese sentimiento, que todos llevamos dentro, de intentar ser el centro o llamar la atención, que se hace más acentuado cuando el tiempo hace estragos en nuestros cuerpos y nos transformamos en niños grande.
Hoy he visto a las abuelas.
Y no digo que son distintas como la noche y el día, como el fuego y la nieve, como la tierra y el agua, por el mero hecho de que una sea mi madre y la otra mi suegra, sino porque son distintas en todos los aspectos. Si algon tienen en común es que las dos son mujeres, que las dos han tenido hijos, que las dos se quieren, y que ambas pasan de los 82 años.
Mi suegra es la de más edad , alta para su época, aunque el tiempo se ha encargado de encogerla, delgada e introvertida. Cuida su aspecto con esmero, tradicional en las costumbres sociales, de mente lenta, le gusta las revista de famosos y cotilleos. Para ella tiene más valor las modas y los sueños de bienestar que cualquier libro, se fija en las a pariencias de las personas y desconfía de los que se encuentran en la calle con trazas de arapientos despertándole sentimientos contradictorios de lástima y temores. Guarda las formas y sufre mucho, mucho con el qué dirán de la gente, hasta el punto, que oculta incluso a la familia cualquier cosa que ella considera objeto de infelicidad, transformandose en tabú impronunciable en su prensencia, o por su boca, las palabras: cancer, Sida, locura, drogadicto... Es silenciosa, aunque a veces puede que se pase. Costurera delicada que ahora se le hace un mundo ensartar una aguja, no se resigna a que la vida la doblegue pero se siente doblegada por la vida. Su mayor virtud, que olvida los enfados.
Yo la quiero. Es la madre de mi marido. Pero eso no quiere decir que no vea sus errores y defectos, aunque a estas alturas de la vida, lo que hay es que ayudarle a que no crezca (o impedir qué manifieste) ese sentimiento, que todos llevamos dentro, de intentar ser el centro o llamar la atención, que es tán acentuado cuando el tiempo hace estragos en nuestros cuerpor y nos transformamos en niños grandes.
Hoy he visto a las abuelas.
Quizas mi madre necesitara haber tenido dos hijos para aprender a ser sutil y a no sentirse incómoda con los silencios.
Quizas mi suegra necesitara haber criado a ocho para aprender a ser habladora y sentirse confiada con los demás.
Hoy he visto a las abuelas.
Hace un mes que están en sus respectivas casas (pero en el mismo pueblo), dicen que hace mucho calor aquí, y que quieren darle un apañoncito a sus casas, que ya hace más de dos años que no pintan, ni limpian los tejados, y que lo necesita la vivienda, porque sino cualquier día se la encontraran medio caida.
Salimos mi mario y yo después del desayuno a visitarlas. Mi suegra tenía planeado de ir al cementerio. Al llegar al pueblo y ver que no estaba en su casa, nos fuimos en su busca calculando las calles por las que podía venir. Dimos tres vueltas con el coche por las calles mas cercanas a la vivienda, no encontrándola decidimos circular por el recorrido más largo y concurrido con la esperanza de tener suerte, y encontrarla en el cementerio o por el camino. Allí venía ella, sola. Con el paso cansino como una cruel espina afincada en su cuerpo. Llevaba una bolsa de plasctico oscura (supimos que en ella llevó flores a la tumba de su marido) Paramos el coche y antes de bajarnos, la miramos sin decir nada. Creo que los dos pensamos en lo mismo bajo la complicidad del silencio. Un pensamiento que no nos atrevímos a manifestar, quizas contagiados por ese tabú del lenguaje, pero estoy segura que él, mi marido, tambien pensó en lo que nos depararía la vida, y en ¿quién sabe?... El invierno se acerca... y ¡quién sabe!... a lo peor no resistía otro invierno. Se le veía deteriorada. Cuando se lleva uno dos semanas sin verlas realmenente nos damos cuenta de lo viejita que ésta.
Bajamos a recibirla y subirla al coche. No teniá fuerzas ni para agradecerlo, el aliento cortado y desfallecida. Recuperada un poco, aceptó que el proximo sábado, cuando vinieramos por mi madre (dentro de una semana) la recojiesemos tambien a ella. La vida la ha doblegado de nuevo, aunque yo sé que en el fondo quiere venirse porque no puede vivir ya sola, pero añora su casa, sus vecinos, sus recuerdos, su vida... y nosotros aunque este año hemos peleado mucho para que no se quedara sola los dos meses de verano, no hubo más remedio que dejarla ir, sus llantos, sus continuos decir ¿Es que ya no mando nada?, y las rabietas de silencios nos hizo transigir.
¿Quién sabe?... El invierno se acerca... ¡quién sabe!... a lo peor no resista otro.
Yo no se quién está más viejita de las dos. Mi madre o mi suegra.
Mi madre tiene una vitalidad que se le escapa por la mirada, con la mente hace las cosas más insospechadas y cuando intententa, la funda de su cuerpo, llevarlas a cabo, cuando hace un pequeño esfuerzo: viajar en coche, guardar sus prendas en el ropero, poner a secar alguna ropa en los tendederos... , casi desfallecida tiene que acostarse. Su cuerpo se resiente y ya la tengo con febricula, una febrícula a la que nos hemos "acostumbrado" (aparentemente) pero que oscila como el péndulo que cuelga del reloj de pared que tiene en el salón de su casa, y aunque hoy la he encontrado medio bien, ¿Quien sabe?... el invierno se acerca... ¡quién sabe!...
Pronto, ya pronto, la semana que viene, las dos (por fin) estaran de nuevo conmigo, pero no sé... no sé porqué este año sólo pienso, lastimeramente, qué:
¿Quien sabe?... el invierno está cerca, muy cerca... y ¡quién sabe!...
A lo peor, alguna de ellas no resista la lucha, y se rinda al hechizo del invierno.
I. Valdivia
18 Septiembre 2005

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