El hombre es eterno mientras sus alforjas vacías las llenemos de sueños.
viernes, 27 de enero de 2006
PAQUITA, LA GITANA
Ayer, antes de las ocho de la mañana, Paquita, la gitana, llamó a mi puerta pidiendo un poco de café. Venía embarazada y con la barriga casi fuera. Traía un niño muy sucio sentado en una sillita vieja.
Paquita vive al lado de mi barrio en una chavola fabricada con trapos y pedazos de cartón. Cuando sale el sol, su hombre la echa de la cama y ella sumisa, sale a buscar lo que han de comer.
Paquita se sienta en el suelo de la puerta de la iglesia, y aunque es joven, pidiendo descalza con una falda andrajosa y vieja, recorre las calles del pueblo arrastrando sus anchos y grieteados pies. Su hombre la espera en la esquina, le recoge las monedas y la comida, luego, se bebe los litros de leche que le dan a su mujer mientras los niños, alrededor del padre saltan y se agitan esperando las sobras. Cuando llegan al kiosko de la esquina de mi barrio, el hombre compra cervezas y se van juntos los cinco para la casa.
Un día se llegaron por él a la choza para que trabajara en la cosecha de aceitunas. Trabajó el primer día, y el segundo, cuando salió el sol, el hombre echo fuera de la cama a la mujer, y cómo un pero mugriento Paquita se andaba las calles buscando las puertas que estaban abiertas.
Ayer, antes de las ocho de la mañana, Paquita llamó a mi puerta, venía con la barriga plana y un bebé muy sucio en una sillita vieja. Después de darle café me preguntaba:
- Niña ¿Qué hora es? ¿Ya es de noche, o, la hora de comer? Mira mi niña. Es Paquita como yo. ¡Está muy malita!... Es grande y andaba, y ahora ha encogido y se ha puesto chica. ¿Es la hora de acostarse? Niña ¿Qué hora es?
Paquita, la gitana, ha perdido la cabeza y no sabe ya quien es.
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