miércoles, 21 de junio de 2006

EL ESCRITOR DE CUENTOS

foto creación familiar









Cerro los ojos ajenena a lo que le esperaba. Creyo presentir algo a sus espaldas. Obsesión, una obsesión desmesurada y compacta atornillaba su silencio. ¿La clave? Aquella caja de huesos descansando sobre sus hombros. Permanecía oculta, vetada, como la frescura del agua corriendo bulliciosa, aprisionada, buscando rumbo dentro del pozo. Cari se arrellanó en el asiento. Visualizaba lo que quería contar, decir, transmitir. Sabía claramente el contenido. ¡Claro que lo sabía! Imaginó su héroe: ¿indiscreto?, ¿gordito y amante del chocolate y los bombones helados?, o, por el contrario, ¿escuchimizado y callado, pero ocurrente?... Tras meditar largo rato comprendió que el físico era lo de menos, lo que cobraba importancia era que sus cualidades psicológicas interesaran a los niños a los que destinaba su trabajo y ¿qué manera más fácil de llegar a un niños que pensar en otro niño? Berrinches y preocupaciones, gusto, miedos, fanfarronerías, ilusiones y desengaños, mentiras y disimulos… sumando la idea de que cualquier cosa es posible, y los objetos cobrando vida, harían un cóctel explosivo.

“Si. Eso es” se dijo Cari mientras una explosión de verdor mezclado con remiendos de marrones terrosos caían sobre la mesa como una niebla que se filtraba por la ventana, y fijando la mirada descubrió frente a ella la libreta embadurnada con más tachaduras que letras.
Decidida arrancó la hoja. Nuevamente la amenaza resurgió desde el limbo del papel blanco, pulcro, inmaculado. Deseó hacer algo fantástico, sublime. Ahora poseía todos los comienzos, todas las letras del universo de las letras, todas las palabras de todos los diccionarios, y con la incertidumbre propia del poder casi absoluto, escribió:
“ya estoy aquí Santi, con las páginas revueltas y la cabeza dando tumbos deseando hablar contigo. Si contigo”.

Un libro infantil era el trabajo que se traía entre manos. Años atrás, cuando los hijos eran pequeños, cualquier situación era propicia para que la imaginación se desbordara en abanicos de posibilidades, pero ahora, ahora los hijos eran adultos pasando Cari a sentir el pensamiento atrofiado para la infancia; al menos eso creía. Sobre todo a la hora de utilizar el lenguaje apropiado. ¡Le traía de cabeza el lenguaje!

Para cualquiera resultaría prodigioso verla sentada en ese estado catártico, sorda ante el mundo exterior y reclinada hacia la encimera amarillenta que se extendía a lo largo de la pared a modo de mesa sin patas. Un olor a romero y tomillo remojados se dispersaba por el aire y por la cristalera se asomaron los cerros cargados de olivares y arbustos mediterráneos mirando la mesa repleta de libros, cuadernos, bolígrafos, lapiceros y toda clase de útiles en desorden. ¿Tantos instrumentos eran necesarios?, o, por el contrario, permanecían como fetiches a los que acudir engendrándole seguridad... Era su sitio, su parcela intocable. Una habitación, sin más mobiliario que la música enroscándose por las patas de la silla hasta alcanzar la encimera, la papelera, y aquella cama, situada a las espaldas de Cari, desde la que dos niños lo observaban con esa mirada envejecida propia de las personas dependientes.
La mujer miró el reloj. Le quedaban veinticinco días por delante para acabar el trabajo, y pensó que le daría tiempo sin saber que estaba acompañada.

Los chiquillos no lloraban, no hablaban, no reprochaban su abandono. Sólo observaban a Cari. Vencidos. En actitud de desamparo.

Ella se levanto del asiento con las manos en los bolsillos. Soltaba y cogía las monedas en actitud taciturna, pensando... Pero al descubrir a los niños, en ese instante, Cari cayó en un profundo sueño y soñó. Soñó con una inmensa gallina que con un pico acigüeñado, echo a rodar un plato amarillo...
fragmento
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1 comentario:

INMA VALDIVIA dijo...

como veis, me he visto obligada a activar la moderación de comentarios.
Un saludo.