martes, 29 de agosto de 2006

Hoy... eso: hoy.







A Carmen y su hija




Hay veces que a la amargura no le queda rincón para esconderse, hay veces que la impotencia te lleva a renegar del origen, de la tierra donde se nace porque otros han nacido, hay veces que te preguntas qué habría sido si de la baraja te hubieran repartido otras cartas en la partida de la vida.
Muda, quedó la lengua muda, seca con el desaliento del peor de los dramas Lorquianos, porque aunque se sea un mero número estadístico en el balance de muertos en las carreteras, en las guerras, en los atentados o catástrofes, sientes que ese código de barras tienes que arrancarlo a mordiscos cuando conoces al difunto, máxime si es familia o se le quiere.

Yo la conocía.

Una relación de vecindad de mis años jóvenes, una relación de buenos días, de cuatro palabras cruzadas en las mañanas de limpieza de portales... un pesar pensando: qué hubiera sido si la baraja hubiera repartido otras cartas.

¡Con todo lo que ha trabajado! ¡Con todo lo que ha luchado!... Son las únicas palabras que acuden a mis labios.

Añoro ser San Pedro para renegar de mi tierra porque el culpable nació en ella. ¡Qué desgracia tan grande la de los hijos! ¡Qué lástima de mi pueblo qué sale a relucir para estas cosas!

Ella se había ido a vivir con el yerno, su hija y el nieto pequeño. Las posibles desavenencias o incomodidades que esto supone en otras familias, a ellos, creo que les resultarían trivial y sin sentido. Tenían cosas más profundas y preocupantes que les unirían como a náufragos dispuestos a salir de aquel destrozo de años perdidos, porque para ella, ya todo estaba roto. Ese “en la salud y la enfermedad, en la pobreza y la riqueza, hasta que la muerte os separe” pasó a ser un ¡Basta! en la comisaría donde le ofrecieron un lugar, lejano al pueblo, para alojarse.

No creo que sea necesario- dijo -, tal vez temía por la suerte de sus hijos, o porque se sentió acogida en casa de su yerno y su hija embarazada, o quién sabe si albergaba la esperanza de que él, su marido, los dejaría tranquilos después de aquella orden de alejamiento, y ella, qué a pesar de dar a luz seis hijos nunca había dejado de trabajar en el campo o limpiando casas, qué aguantó brazos rotos, insultos, desprecios… qué sufría los golpes a los hijos como si los recibiera en sus carnes, y qué nunca había conocido cenas sin voces hasta estar en casa de su hija, ahora, ahora estaba decidida, rompería esa atadura insufrible apoyada por los suyos.

Pero aquella tarde, semanas después de la denuncia, él se encargó de que no fuese una más de un sábado de agosto. Se presentó en casa de su hija cuando el sol buscaba trasponer el horizonte. El yerno sacó al pequeño de la vivienda y a la vuelta, halló a su suegra y a su mujer asesinadas.
Entre tanto, aún con la escopeta de cañones recortados, desde otro lugar, el hombre llamaba por teléfono a los hijos diciendo “hay tenéis la herencia”

Hoy, no se si el destino está escrito en lugares inaccesibles, si después de pegarse él también un tiro sólo quería quedar como ha quedado: herido, ni si vivirá tantos años en la cárcel como para espiar tan horrendos crímenes.

Hoy, no se si las cartas se reparten con mano firme a merced del desaliento, y más que nunca no comprendo que Dios escriba derecho con renglones torcidos.

Hoy… eso: hoy.
Todo lo demás… sobra.

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1 comentario:

Byron Ronquillo Narváez dijo...

En un mundo donde todo lo que era blanco en un inicio poco a poco se transforma en griss y negro, las inquietudes son más bien una forma de vida, que impresión más fuerte me ha plasmado¡