lunes, 14 de agosto de 2006

LOS PERROS


foto creación familiar


Calamidad, la maldita calamidad siempre presente en su vida no era suficiente para llenarle de tristeza. Daba igual que lloviera o que las tripas chirrearan vacías, el hambre o el frío, siempre podría saldarlos con abrigos o mendrugos de la basura, lo importante era su dosis, eso sí que le resultaba un problema, la dosis. Su colega le había dicho: “este es mi territorio. Como te vea aparcando coches en esta redonda: te rajo. ¿Te enteras? ¡Te rajo! Pero a él, que ya le habían cortado el cuello (en los años jóvenes) y que poseía una cicatriz, como un estigma, cercano a la yugular, no le amedrentaban las amenazas. Lo que verdaderamente le asustaba era no tener su dosis. Por más que lo había intentado, había sido incapaz de liberarse. Todo empezó como un juego, la curiosidad por lo prohibido, y esas cotas de libertad frente a los padres... Luego, a medida que la dependencia hizo estragos se justificaba diciendo qué en cualquier momento podía dejarlo, pero ¿para qué?, entonces brotaba la revenchina rebelde que todos, algunas vez, hemos sentido contra lo caduco y encauzado, contra las injusticias y la hipocresía, contra la falsedad y la indiferencia, llevándole una y otra vez a colocarse, sin saber, que estaba convirtiéndose en aquello que tanto odiaba.

Y robó los cuartos del padre, y pegó a la madre, y acepto entrar en un centro de desintoxicación (al amparo de su hermano el cura) durante seis meses y medio que, lo trasformaron (aparentemente) en un hombre nuevo hasta el día que se marchó de casa. Fue después de decirle a su madre:

- ¿Yo?... yo traigo el corazón encogio… los perros no es lo mío.
Voy por la calle de en medio y escucho ladrar y pienso: “¡Vaya! Ahora para que también salga el perro de la peluquera”. Los ladridos se acercan. Me vuelvo a mirar y por detrás, a lo lejos, veo al perro venir a todo correr. Observo que la calle es larga, pero más corre la mierda de perro ladrando hasta que me alcanza. Enfurecido gruñe "grrrrr- grrrrrr" enseña los dientes, aúlla, ruge "grrrrr- grrrrrr" dispuesto al ataque con las fauces abiertas y los colmillos babeantes.


Esa fue la última vez que la familia le vio con vida, porque él, a pesar de la desazón y el remordimiento, murió con la dignidad del drogadicto: "de sobredosis". Hasta diez días y diez noches después no descubrieron su cuerpo tapado con cartones en una chabola de plásticos. Sé que murió soñando que se curaba, y en su delirio, se lo decía a su madre, que la veía allí, devorándola los perros.





Sacado de mi libro "El cuerno del Unicornio"
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4 comentarios:

Fran Invernoz dijo...

Un relato un poco fuerte, diría del realismo sucio o algo así. La vida es así, dura y cruda. Buen blog, interesante.

Byron Ronquillo Narváez dijo...

Es cuestion de abrir los ojos y quere ver lo que nos rodea y encontrarnos como actores de tales actos.... no sólo en las peliculas es cierto.

INMA VALDIVIA dijo...

matin bolivar--- bien benido a ésta casa.¿Realismo sucio?, pués no sé, a veces los que escribimos sólo transcribimos lo que nos encontramos, le ponemos una dosis de sal, otra de vino, y algo de fabulación adornando los huecos que no hemos visto, agitamos la coctelera y...
Bueno, espero volver a verte por éste club de lectura. Lo dicho, bienvenido, esta es tu casa.
Saludos

byrongyo --- siempre he dicho que no hay escuela más profunda que la existencia, ni fuente de inspiración más productiva que la misma vida.
Saludos y agradecida por no aburrirte y seguir leyéndome.

Byron Ronquillo Narváez dijo...

je,je
Saludos