jueves, 18 de enero de 2007

Tesoro harapiento

foto de internet





Malabares, juegos malabares debió de hacer Zahiri con sus manos incipientes de hombrecito de 13 años. Manos que abrazaron a la madre, los hermanos pequeños, y a aquella chiquita de ojos almendrados profundamente negros. Él no tenía más remedio que adentrarse por cominos de polvo y tesoros harapientos. La noche traía ese fulgor de lo oscuro, de lo negro, cuando la luna oculta late escondiendo su luz y deja desnudas estrellas malheridas.
Nada fue fugaz, todo premeditado y pensado con el juicio propio del vientre plano, del estómago vencido en espinazo frágil falto de calcio.
Las arenas que acunaron su piel, su sexo, sus labios desnudos de pan, de agua, de guiso digno que alimentara su alma, lloraron cuando se iba.
Ya, sus diminutas manos se aferraron a aquel rincón, enmohecido, grasiento, de los bajos del camión como quien se aferra a la esperanza. Veía las luces estridentes que se le acercaban para luego alejarse arqueando el vacío de la nada ciega que le asediaba. Agotado, tal vez agotado pensó “Un instante, sólo un instante cierro los ojos…” Recobraría fuerzas, esa fuerza que le caracterizaba y que tantas veces empleo en su pueblo para resistir, porque Zahiri, se consideraba la esperanza de sus padres, el espejo de sus hermanos, el puente que unía la vida de la muerte…
Con el clamor virginal del recuerdo de los ojos infinitamente negros se debilitaba, la resistencia de sus hércules músculos se plegaron, y las ruedas de los coches sobre el asfalto se tornaron lejanas.
El bronco bosque de motores furibundos dejó de incomodarle: ¡Inoportuna fatiga de doce horas de viaje torciendo sus sentidos!
Inclina la cabeza, las luces febriles que le entorpecían cerraron sus párpados llevándolo al fondo oculto, confuso, donde los sueños cobran bridas y se confunden la vida con los sueños.
Y Zahiri, que como un puñado de carne rebotó contra la carretera, dejó su adolescente vida de "sin papeles" entre las ruedas del camión que yo llevaba.




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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pobrecito Zahiri hasta en los ultimos momentos no pensó en él sino en los suyos, en sus viejos que quizas escribierón sus historias de la misma manera en que Zahiri la termina.

Cómo se puede mantener la inocencia si todo lo que nos rodea procura encharcarla?

Abrazo Inma

Anónimo dijo...

No se cómo, de tanto revolver papeles terminé en esta cuenca de palabras tan perfectamente dispuestas. Me maravilló el relato, al tiempo de conmoverme de una manera especial.
Voy a volver por más.

Un abrazo!