lunes, 17 de septiembre de 2007

Constancia escrita

foto creación familiar. Óbidos. Portugal 2007






Don Inocencio Cepeda curaba las vidas y las almas. Su porte sereno y su voz templada resultaban más productivo y beneficioso que cualquiera de aquellos tratamientos que recetaba a sus pacientes. Nadie supo de donde vino, nadie su ideología, nadie en ningún momento lo había visto fuera de sí por ningún motivo ni matar el tiempo en los bares como la mayoría de los hombres del pueblo.

Alto y bien plantado, con alianza en mano pero sin mujer en su casa, era la comidilla y el misterio de todas las mujeres casadas y solteras, viudas y jovencitas, niñas y viejas, porque la paz que irradiaban sus palabras contrastaba con la fealdad de su rostro como si la naturaleza, en un gesto benevolente, le hubiese regalado esa pulcritud de miras reservada a las personas especiales, y Don Inocencio, sabedor de ese don lo administraba con tal esmero, que nunca pudieron decir que se consideraba por encima del resto de los mortales, si no que por su franqueza y sencillez, los habitantes terminaron olvidando la fealdad de su rostro.

Apenas contaba 19 años cuando conocí a Don Inocencio. Recuerdo que, más allá de sus gafas, descubrí dos ojos diminutos sin orden ni concierto adornados de espesas cejas. Tras desinfectarme las magulladuras, cuidadosamente colocó dos tablillas entre los lados de mi pierna y con sus porrudas manos, las iba afianzando con las vendas como si de una sola pieza se tratara. El pueblo andaba revuelto porque un profesor de historias (hijo del municipio) había basado su tesis doctoral en “Los Crímenes En El Mundo Rural”, saliendo a la palestra el nombre del pueblo como uno de los referentes a pesar de hacer más de siglo y medio de aquellos acontecimientos.

- Ya te pondrán otra cosa en el hospital. Esto evitará el movimiento. Y tú... ¿de qué bando estabas en la refriega?
- ¡De cuál voy a estar Don Inocencio! A mi pueblo qué no lo toque ni las gaviotas. ¡Escribir esas cosas…!
- Sábes, hijo – levantó la cabeza clavándome uno de sus ojos extraviados- si todo el mundo pensase como tú, si no se dejase constancia escrita de las cosas, ni habría historiadores, ni por supuesto ahora te estaría curando la pierna como lo hicieron nuestros antepasados.





Sacado de mi libro "El cuerno del Unicornio"
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2 comentarios:

Byron Ronquillo Narváez dijo...

Sin embargo no todo lo que esta escrito, algo así como que la historia depende del lado de la frontera, cuál frontera? usted elija que hay muchas creo
Abrazos Inma

INMA VALDIVIA dijo...

deduzco que estás conmigo en que hay una historia que no se escribe, qué no se cuenta amigo byrongio. Elijamos la frontera.
Abrazos para tí tambien.