foto.creac.familiar.Italia.2009
Con vigor extraño y nervios, emprendió el hombre el viaje más duro de su existencia. Ahora no le servirían aquellos zapatos marrones ni el equipaje tantas veces usado para recorrer mundo. Se calzó las sandalias, vació las mochilas y, a fuerza de empujones, metió en ellas ilusión, aplomo, y ese vértigo inexplicable de quien se aleja del precipicio. Un precipicio maldito fruto de la civilización, genes, o radiaciones. Sabía que todo el coraje era poco, que no podía desfallecer, mujer e hijas día y noche convocaban todos los astros de la naturaleza y corrientes de familiares y amigos gravitaban en derredor inyectándole energía. Lo sabía, simplemente lo sabía; el corazón nunca le engañaba y menos cuando estaba en juego algo tan valioso como la esperanza. Una esperanza cargada de indisposiciones físicas e incertidumbres cuyas rentas arrojaban el capital más preciado: la salud.
Después de unas semanas, dificultosamente el hombre sorbió batido rebajado con agua y se asomó a la ventana pensando que le quedaba otro día menos de tratamiento. Abajo, los vehículos cruzaban por la arteria semi-iluminada y la pandilla de muchachos reía y charlaba estrenando la frescura que deja el sol al marchar por el horizonte. Él nunca había reparado en el atardecer con aquellos ojos, ni el amor le crecía tan cargado de matices. Un olor a mujer recién salida de la ducha le llegó al corazón humedeciéndole los párpados.
--La amo ¡Dios! ¡Cuánto la amo!—se dijo mirándola a hurtadillas mientras ella, acercándose, lo abrazo por la cintura:
--Lo superaremos nene, verás como sí. Ya hemos superado la mitad del tratamiento.
Con vigor extraño y nervios, emprendió el hombre el viaje más duro de su existencia. Ahora no le servirían aquellos zapatos marrones ni el equipaje tantas veces usado para recorrer mundo. Se calzó las sandalias, vació las mochilas y, a fuerza de empujones, metió en ellas ilusión, aplomo, y ese vértigo inexplicable de quien se aleja del precipicio. Un precipicio maldito fruto de la civilización, genes, o radiaciones. Sabía que todo el coraje era poco, que no podía desfallecer, mujer e hijas día y noche convocaban todos los astros de la naturaleza y corrientes de familiares y amigos gravitaban en derredor inyectándole energía. Lo sabía, simplemente lo sabía; el corazón nunca le engañaba y menos cuando estaba en juego algo tan valioso como la esperanza. Una esperanza cargada de indisposiciones físicas e incertidumbres cuyas rentas arrojaban el capital más preciado: la salud.
Después de unas semanas, dificultosamente el hombre sorbió batido rebajado con agua y se asomó a la ventana pensando que le quedaba otro día menos de tratamiento. Abajo, los vehículos cruzaban por la arteria semi-iluminada y la pandilla de muchachos reía y charlaba estrenando la frescura que deja el sol al marchar por el horizonte. Él nunca había reparado en el atardecer con aquellos ojos, ni el amor le crecía tan cargado de matices. Un olor a mujer recién salida de la ducha le llegó al corazón humedeciéndole los párpados.
--La amo ¡Dios! ¡Cuánto la amo!—se dijo mirándola a hurtadillas mientras ella, acercándose, lo abrazo por la cintura:
--Lo superaremos nene, verás como sí. Ya hemos superado la mitad del tratamiento.
Y una fuerza interior se apoderó de él, una actitud positiva que le llevó a saber que los días trabajosos que restaban, le acercaban vertiginosamente a la VICTORIA.
© Copyright.2005-2009 Inma Valdivia. Todos los derechos reservados.
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2 comentarios:
Vayan mis mejores votos por esa victoria. Un abrazo, primos.
Una victoria merecida.
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