Después de dos semanas preparatorias y un corto tiempo de albañiles, llegaron dos meses de pintura y colocación de enseres. El móvil se murió en un cubo de agua, el ordenador continuó como si estuviera muerto, los brazos y las piernas se me plagaron de cicatrices por una extraña alergia, y los chismes y libros (previamente embalados) parecían que habían tenido hijos.
¿Hasta cuándo este caos?, me preguntaba corriendo desde las 7 de la mañana hasta las 11 de la noche.
Pagar facturas, quitar mezclas, transportar cajas, desempaquetar cuadros, retirar plásticos (aliados como protector de muebles y prendas amontonadas en la mesa comedor y una cama), lavar cortinas, planchar...
Brochas, lavadora y fregona se convirtieron en una prolongación de mi existencia.
Melodías de colores fueron impregnando las paredes de tonos blancos, vainillas y celestes, un celeste pastel que hizo una máquina porque caprichosamente se me antojó como reminiscencia de mi infancia en la casa de mis padres. Fraskita (una mujer pequeña que mascaba enseñando dientes y comida) junto con mi madre, eran las blanqueadoras. Yo quitaba salpicas, limpiaba suelos, y a los muebles les refregaba un ungüento, mezcla de aceite frito y vinagre que, ligados a las emanaciones de la cal, proporcionaban un aroma sábanas blancas, a agua de pozo, a sandía fresca recién abierta.
No se si fue el olor a sandía, el deseo de descanso, o la añoranza de otro tiempo los que me hicieron escoger para los dormitorios el mismo celeste pastel qué Fraskita, con un palo y añil, elaboraba con mesura dando vueltas a la cal del cubo. Aún admiró el temple con el que sus manitas iban vertiendo pequeñas cantidades, de aquel polvo azul, que luego diluía girando el palo incansablemente hasta conseguir el tono justo del mar cuando las espumas se mezclan con la orilla.
--Lo tienes en la tapa del latón. De todas formas--me dijo la dependienta estirando el brazo--, guarde este papelito. Si le viene corta o por algún motivo necesita hacer más pintura, éste es el código.
¡Menuda sorpresa! El papelito, al igual que la tapa del latón de pintura, tenía escrito un montón de números seguido de unas letras que decían:
Color: Osuna.
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2 comentarios:
Vuelve a ser un placer leer tus pinceladas. En este caso, la casa de tus padres forma parte de los recuerdos de mi infancia, y ahora recuerdo que hace casi 30 años que no he puesto un pie en Osuna. Hace tres estuve a punto de detenerme allí en el trayecto de Cádiz a Granada, pero..., otra vez será.
Un beso, prima
Hola Inma, un cariñoso saludo. Este verano, sin ir más lejos he estado enfrascado con la cal y esas mezclas de la que hablas; como al final se consigue verlo todo mucho mejor que estaba, merece la pena el esfuerzo, aunque tengo que decirte, que mi cal era de Morón.
Un beso
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