miércoles, 4 de enero de 2006

EL CAZADOR DE SUEÑOS


La mayoría de las mujeres de mi familia lo habían visto. No todas supieron transmitir esos dones en su herencia genética, ni a todas las que lo poseían se les presentó la oportunidad de verlo. Unas por miedo o incredulidad, otras por falta de disciplina y entrenamiento, y las menos, porque durante su existencia no presenciaron un eclipse lunar, condición sine qua non.
Llevaba años adiestrándome intentando desarrollar mis facultades, que no eran pocas, con la esperanza puesta en que algún día pudiera presentárseme la oportunidad. Había leído y releído los testimonios de las que lo vieron, había escuchado atentamente los relatos de mi instructora, la madre de mi madre, que desde muy pequeña me inició contándome experiencias premonitorias, sueños, anécdotas telepáticas… y ahora que se acercaba el momento, solo se me venía a la mente aquella frase que me repitió una y otra vez:

“Tu llegarás a verlo. Lo presiento. ¡Estás elegida! Pero ten cuidado. ¡El Cazador de sueños es astuto! Sueño que sube en su barca sueño que no vuelve. Lo mima, lo rumia, lo digiere, y lo esparce entre otros seres. Cuando lo veas, no te dejes hechizar, porque nada ni nadie tuyo debe subir a su barca.”

Un instante fue suficiente para consumir la luz. La noche plateada quedó sumergida en esa profunda oscuridad donde la negrura engulle siluetas acantiladas, veredas, barrancos… y un olor a sombra atropelló la luna a ritmo acelerado de celuloide.
La ceguera avanzó por el olivar mientras encima, a lo lejos, en el encostrado de estrellas, pude ver El Cazador de Sueños de pié, sobre la barca que se deslizaba por parajes siderales. Llevaba la capucha del hábito cubriéndole la cabeza, y entre las manos, el báculo con el que empujaba las estrellas. Todo él y su barca eran una misma cosa, translúcidos, espejeantes, navegando como un astro huyendo del eclipse.
Frente a mí, por la senda que apareció bruñida en dirección a la barca, la niña desnuda se escapaba, y el Cazador de Sueños descendía a su encuentro.
La luna seguía escondida, los olivares dormían, el barranco lanzó un gruñido, pero la silueta de la niña se alejó por la senda, dejando la sombra a sus espaldas.


EL CUERNO DEL UNICORNIO (Mi libro de recopilación de relatos cortos)

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