viernes, 10 de febrero de 2006

ALGO ESTÁ FALLANDO

Aquella madrugada del domingo la abuela estaba allí, sentada en la cocina de la casa grande y perdida en infinidad de preguntas. Perdida en su pequeño cuerpo fatigado y algo más que grueso. Perdida en las arrugas de su piel, en los dolores de los huesos, en la longevidad que se le amontonaba curvándole ligeramente las espaldas a modo de un macizo botín de años. Mientras, por los ventanales, lentamente la claridad se apoderaba de los rincones de la estancia. La cocina entonces, en pocos minutos, iba pasando de la negrura borrosa a un brillo casi iridiscente. Sobre el dintel de las aberturas, descendían de las barras unas cortinas dibujadas con motivos de aves silvestres. En el centro: dos mesas estilo castellano, algunas sillas de aneas y los sillones de plástico. Al fondo como presidiendo el ambiente, la chimenea inanimada repleta de cachivaches y recuerdos. Sobre las blancas paredes colgaban unos muebles pajizos, numerosas estampas religiosas ligadas con fotos familiares y tapices antiguos, que, junto a los electrodomésticos y la puerta de rejilla que tapaban la alacena, le daban a la cocina esa mezcolanza de encanto y vetustez propia de las viviendas antiguas.

El tiempo pasaba. La abuela permanecía situada en el borde del asiento junto a la mesa, inclinada hacia delante, absorta en sus rezos y meditando las palabras duras de su nieta. Viéndola así, inmóvil, sosteniéndose únicamente por las patas delanteras de la silla y con los ojos clavados en la ventana, engendraba una extraña sensación de equilibrio inestable que desafiaba la soledad de la casa.

“Tengo que sacar el pollo del congelador. – Piensa la abuela irguiéndose con torpeza – Quiero dejar el almuerzo hecho antes de ir a misa. Después se me echa el tiempo encima. No creo que Laura venga temprano. Pero se va a enterar cuando llegue. ¡Vaya si se va a enterar!. Se va a caer de culo cuando le entregue los papeles. Valiente descaro... Esta vez se ha pasado de rosca. Tengo que decírselo. Me ha dolido. Sí. Me ha dolido mucho. Yo seré una vieja, pero las cosas no se dicen de esa manera ¿Es que no puede ser algo más delicada hablando?. Aunque no puedo culparla. ¡Es tan joven!”

Cuando abrió el frigorífico, la anciana no pudo evitar un gesto de disgusto. Se pasó las manos por el delantal hasta calentarlas:

“ Otra vez el agua. ¡Estoy harta de tanta agua! En esto lleva razón mi nieta, pero seguro que no tiene arreglo”. – Cogió perezosamente el trapo de dentro de la nevera y lo estrujó en el fregadero afirmando en voz alta: - ¡Un día de éstos me quedo tiesa!.




Fragmento

1º Premio
VII Certamen Narrativa y poesía femenina Arahal (Sevilla)

1º Premio
IV Concurso Relato Corto Asociación Amor y Vida Santiponce (Sevilla)

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