Las barbas

foto creación familiar






Sabado uno de julio, nueve de la tarde. La puerta del aseo cerrada.

- ¿Puedo entrar? - pregunto

Sin esperar respuesta abro la puerta y le veo frente al espejo con la cara embadurnada de espuma. El lavabo le llega algo más abajo del ombligo.

- ¿Te vas a quitar las barbas?
- ¡Ya es hora! ¿No? – responde con esa mirada de pillo con la que él sabe mirarme.

No hacen falta más palabras. La complicidad se respira entre los azulejos celestes y el blanco del enlozado como una atmósfera lujuriosa que nos invade todos los años en estas circunstancias, como una página cerrada de trabajo y la puerta que comienza a abrirse con las primeras horas vacacionales.
Una ducha gratificante nos deshabita de responsabilidades y el agua hoy arrastra cualquier preocupación escondida. Nos dejamos llevar por el rito anualero, su cara lisa sin barbas, que entorpezcan la calidez de sus labios, mis dientes limpios con sal, que resalten mi sonrisa… Por fin se planta su pantalón corto, yo me visto de blanco recreo, y salimos a cenar.
Pero el gozo dura a penas unos instantes porque desde 500km de distancia el destino se empeña en nublarnos los primeros momentos con enfermedades que, sumadas a las matrículas de nuestra hija pequeña con la consiguiente burocracia universitaria, hacen desaparecer cinco días como por encantamiento.

- ¿Vamos a la piscina? – me pregunta
- Aún tengo que hacer las maletas… y mañana por la mañana salimos a las 11, y…

Sus dedos finos me quitan las gafas, suelto el libro y como dos chiquillos cincuentones nos alejamos a ese limbo donde el tiempo se detiene.

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