domingo, 21 de noviembre de 2010

Algo está fallando (5)

Osuna.Las viñas 2005.foto creac. familiar



Y ahora, días después, estaba allí sentado en el salón, junto a ella. Sobre la camilla una libreta abierta de dos rayas, la goma de borrar y un cartucho de gusanitos. María muy entusiasmada iba escribiendo dificultósamente lo que su marido le dictaba mientras, de vez en cuando, él se echaba aquel maíz soplado a la boca:
- Pon ahí: setenta y nueve años que tu tienes menos doce que tenías, es igual a sesenta y siete. Esos son los años que llevas guisando. Por trescientos sesenta y cinco días que tiene el año son veinticuatro mil cuatrocientos cincuenta y cinco días. Por al menos tres comidas diarias hacen un total de setenta y tres mil trescientas sesenta y cinco comidas.
- Sí Paquito, ¡pero eso lo hacemos todas las mujeres!.
- Tú escribe. Ahora, vamos a ver: ¿Cuándo te compré la lavadora?
- ¿Cuál, la automática, o la otra más vieja?
- ¡La automática mujer!. Que ya no has tenido que lavar más a mano.
La tarde caía. El televisor seguía desenchufado. Los dos ancianos, en la soledad de la casa, iban recomponiendo pedazos de sus vidas. Y como María tenía una memoria prodigiosa y no existía fecha que se le resistiera contestó afirmando:
- Seguro que fue en el año 1968.
- ¿Y cuántas coladas a mano hacías a la semana antes de tener la lavadora?
- Depende Paquito. Unas veces una y otras dos. Tú sabes que el día que tocaba lavar, sólo se hacía eso y la comida.
- Bueno. Pongamos una media de siete coladas al mes. –Cogiendo un gusanito y metiéndoselo en la boca prosiguió - ¿Y cuántos kilos de ropa?
- Eso no lo sé. Pero caían todas las sábanas, la ropa interior, los calcetines, los pantalones...
- Sí, pero ¿cuántos?
- Por lo menos dieciocho o veinte kilos en cada colada. – Dijo María y exclamando apostilló – Éramos muchos... ¡Tenemos ocho hijos!
A medida que el hombre hablaba, sobre el papel iban quedaban garabatos muy legibles reflejando escuetamente fragmentos de días, de años.
Cuando hubieron concluido y después de pasarlo a limpio, Paquito pegando una fotografía de su mujer en la esquina derecha de la hoja de libreta masculló:
- Ahora, a ver si es capaz de decir nuestra nieta que tú no has hecho nada en la vida.
Por último, releyeron el documento:

CURRITULUM VITAE DE LA ABUELA.

DATOS PROFESIONALES.
· Cocinera experta desde los 12 años, con más de 73.365 comidas.
· Lavandera profesional, que tan solo en el matrimonio ha lavado en el lebrillo con la estregadera, la friolera de más de 29 toneladas de ropa.
· Planchadora durante 65 años, primero con plancha de carbón, luego eléctrica.
· Enfermera desde los 8 años hasta los 14, que empezó cuidando a su madre hasta que se murió. Luego, toda la vida, continuando con sus padres y hermanos; y después, de los hijos y el marido.
· Hábil limpiadora, tanto de rodillas, como con fregona.
· Idónea administrativa, haciendo posible el sustento de 8 hijos con un escaso jornal.
· Pedagoga y psicóloga sin título.
· Y otras muchas más cualidades.

ESTUDIOS
· Curso superado, a distancia, de Corte y Confección en los años jóvenes.
· Autodidacta, que aprendió a leer y escribir sin ir al colegio hasta los 69 años en el año 1992 en que se sacó el Graduado Escolar.
CURSOS
· Pintura en tela
· Cuadro tridimensional
· Pintura de escayola
· Máquina de escribir
· Cuadros decorados con pan de oro.

AFICIONES .
· Lectora empedernida. Con una media de al menos dos libros al mes, lo que hacen un total de 1560 libros leídos. (Una biblioteca andante).

Concluyeron a altas horas de la noche. Ya estaba todo dispuesto para entregárselo a su nieta Laura cuando viniera al día siguiente con sus padres y sus hermanos. Después, hablaron largo rato sobre el trabajo tan poco reconocido y tan necesario que ha realizado y realiza la mujer desde tiempo inmemorial. Había quedado una infinidad de cosas por anotar, como la cantidad de leche que le dio a sus hijos, las noches sin dormir, las caquitas que quitar... pero se sentían satisfechos porque pensaban que la vida también era escuchar los primeros balbuceo de los niños, sus sonrisas tiernas, la picardía de sus ojos en la época de los dientes mellicles... luego, verlos crecer tomando la antorcha del relevo como hombres y mujeres responsables...
Los dos ancianos terminaron agotados por el esfuerzo y se acostaron sin cenar.
Ya en la cama, la abuela se despertaba. El sueño no era continuo desde hacía tiempo. Una lluvia de imágenes y vivencias empapaban su cabeza. Eran como libros que acumulaba en el armario de su cerebro. Sobre los estantes, yacían apiñados un montón de recuerdos de todas clases y tamaños. Desfigurados, descoloridos, rotos de tanto usarse; abultados, pequeños... encuadernados en tapas de piel, en tapas de cartón... El armario de setenta y nueve años conservaba aroma de preñez y mimos confusamente revuelto con cierto olor a hierro viejo, a cartulina húmeda, a polvo de pergamino añejo.
Dos memorias compactas e infinitamente gruesas destacaban de las demás, y la pobre, cuando las horas se le hacen interminables en el silencio de la noche, imaginativamente las coge con dificultad, las abre con cariño, y descubre provocativamente ante su corazón humedecido por la tristeza, una multitud de evocaciones vacías y amarilleadas por los bordes. Entonces, piensa, que la vida no es un bumerán que se lanza en el tiempo y que luego vuelve en formas de recuerdo. Si no que es desagradecida; porque el vacío que le había dejado la muerte de sus dos hijos, se obstinaba en otorgarle un sentimiento hueco, profundo, como aquellas memorias en blanco.
Y la Abuela sintió la vida más lejos. Tuvo miedo de perderse entre el abismo antes que su marido. La sombra de la noche se filtró hasta los poros de sus carnes. En la soledad de la habitación, se abrazó a él con fuerzas. Y los dos ancianos quedaron muy juntos. En silencio. Viendo pasar el tiempo.

1º premio Narrativa femenina. Arahal 2003
1º premio narrativa Amor y Vida. Santiponce 2004
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